En un Mundo azul flotan los seres de Sergio. Hombres y mujeres alados, con cuerpos de mariposas o montados sobre extrañas máquinas voladoras.
La mayoría parecen soñadores y románticos, llevan flores en las manos y sonrisas en los rostros. Viajan en autos semihumanos, aviones descapotados, cochecitos de agua repletos de pasajeros.
Una Tierra de nunca jamás, donde el pintor rememora sus fantasías de niño distraído. Esas divagaciones que quedaron estampadas en cuadernos viejos como infantil alivio a las largas horas de matemáticas, donde había que aprender a sumar y restar.
Se dice poeta, guionista, tarotista, vendedor de libros, marchand, agrónomo de profesión y pintor de alma. A los cincuenta años ha descubierto el planeta de la imaginación con manos adultas y corazón de niño.
Catalina es su musa inspiradora. Su hija de 26 años, que al nacer lanzó a su padre, Sergio Vergara, contra los pinceles y la tela.
Entonces, la maquina del tiempo se abrió y de la paleta del pintor aparecieron los compañeros de infancia.